Prominent Cuban journalist forced into exile, grandson of the bodyguard to Fidel Castro and Che Guevara, Abraham Jiménez Enoa, addresses the 15th Annual Geneva Summit for Human Rights and Democracy – see below his remarks in Spanish, followed by the English translation and the corresponding video.
Full Remarks: Spanish
A mediados del año pasado, caminaba por Copenhague cuando recibí un mensaje de mi familia: mi abuela paterna había muerto en Cuba. En las horas posteriores la incinerarían, echarían sus cenizas en el malecón de La Habana y, desde la distancia, mi familia quería que yo estuviera presente. Estaba en Copenhague porque daría una charla sobre la libertad de expresión en Cuba.
Al día siguiente, a la hora en que mi familia caminaba por encima de los arrecifes del malecón de La Habana, yo caminaba por un canal lleno de extranjeros, de casas de época y de botes en Copenhague. Mientras mi familia derramaba las cenizas en un día azul en el mar Caribe, yo dejaba caer una flor morada, el color preferido de mi abuela, que había arrancado de un jardín de un restaurante, en un agua oscura y fría de Copenhague.
De esa forma me despedí de mi abuela, con quien ya no tenía relación alguna. Ese día aún tenía 33 años, y hacía unos pocos había salido por primera vez de Cuba. Unos días antes, el régimen cubano me había empujado al exilio.
Desde muy pequeño me había ido a vivir con mis abuelos y no había crecido con mis padres. ¿La razón? En casa de mis abuelos había dos televisores, y en mi casa solo uno, donde vivían 10 personas. Por lo cual, era un problema ver el canal de deporte, mi gran pasión.
Mis abuelos tenían dos televisores por una sincera razón. Mi abuelo paterno había luchado en los movimientos clandestinos antes de 1959. Una vez que llego al poder lo que llamaron luego la revolución cubana, él llegó a ser parte de la escolta personal de Fidel Castro. Si han visto la imagen mítica de Fidel Castro lanzándose a un tanque de guerra en la Bahía de Cochino, han visto a mi abuelo: es quien está su lado. Años después, también fue escolta personal de Ernesto “Che” Guevara.
En la casa donde crecí, casa de mis abuelos, hay una foto en una esquina de la sala. Está el Che sosteniendo a un vaso plástico con mojito, era padrino de la boda de mis abuelos. En esa casa, rodeado de cuadros de Che Guevara y de Fidel Castro, escribí mis primeros artículos periodísticos. Intenté sacar a la luz las zonas oscuras que llegaba 6 décadas escondidas en mi país.
Lo hice en una revista que cofundé junto a un grupo de amigos, una revista independiente del estado. Pero en Cuba, por ley, todos los medios de comunicación pertenecen a Partido Comunista. Que por ley es el único partido permitido en el país. Por tanto, el Partido Comunista es el dueño de todos los canales de televisión, de todas las emisoras de radio, de todos los periódicos, de todas las revistas, y de cuantos medios de comunicación que hay en Cuba. Por tanto, en Cuba, no se hacen periodismo, se hacen propaganda. Y hacer periodismo fuera de esta sombrea legal te implica ser un delincuente.
Pero cuando comencé junto al grupo de mis amigos a comentar a la realidad del país, la vida en los barrios periféricos y la debacle del sistema de salud y del sistema de la educación, la represión a la oposición, el régimen nos acusó de violar las leyes. Y a partir de ahí, nos comenzó a reprimir. Mi día a día pasaron a ser calabozos, prisiones domiciliarias, intervención de mi comunicación privada, vigilancia constante, represalias no solo contra mí y mis amigos, sino contra mi familia y todos los que me rodearon que también pasaron as ser reprimidos y perdieron sus trabajos y también fueron llevados a calabozos. Además, me impusieron una otra sanción. Me impidieron salir de mi país. Lo cual permanecí encerado en el cómo una especie de prisión política.
Cuando todo eso empezó a pasar, ya no vivía con mi abuela, que me afirmaba que todo eso que me estaba pasado era el costo de haber traiciónado a la familia. Lo cual hizo que la relación con ella se quebrara. El final de nuestra relación fue un día que me tocaron a la puerta. Era una policía. Me entrego una citación policial sin yo haber cometido delito alguno. Un mes atrás, había nacido mi hijo.
Acudí a la estación policía porque no acudí a la estación, estaba acatando una ley de gobierno, y, por tanto, estaba violando la legislación. En esa estación, varios hombres me introdujeron dentro una habitación, cerraron las ventanas, me desnudaron, me esposaron, me metieron dentro de un auto, me obligaron a la fuerza a tener mi cabeza entre mis pies, sin saber yo hasta adonde se dirija el auto. Cuando pude saber adonde habíamos llegado, habíamos llegado a la sed de a seguridad del estado. En el camino le daban vueltas al auto y me decía en tono de burla si me había mareado para que vomitara Fue el día probablemente que más odie al régimen cubano y fue el día probablemente que más temí por mí, vida.
Allí me tuvieron 15 horas donde me amenazaron con la cárcel y con terminar de destruir a mi familia. Yo, que acaba de ser padre, temí por primera vez por mi hijo que tan solo tenía dos meses de vida. Pero, además, ese día, mientras me interrogaban, me grabaron escondidos sin que yo lo supiera. Y horas más tarde mostraron este interrogatorio manipulado y editado, diciendo que yo era un agente de la CIA de los Estados Unidos y que quería subvertir el orden interior del país.
Como toda Cuba, mi abuela también vio esas imágenes. Fue la última vez que me vio en persona. Desde entonces, no me respondió a las llamadas telefónica ni permitió que fuera verla a su casa. Con mucha rabia y sin tanto dolor en ese momento, acepté su medida arbitraria. Meses después, cuando el régimen me obligó a salir al exilio, declarándome que si no abandonaba el país, iría a la cárcel, finalmente, no me despide de ella, ni siquiera le pude darle un abrazo.
En Copenhague, mientras dejaba la flor en el mar en su tributo, entendí que el mayor daño que ha causado el régimen cubano por todas estas décadas es, precisamente este, haber separado a millones de familias por solo el hecho de pensar distinto.
Hace unas semanas atrás, mi hijo regresó a Cuba, a donde yo no puedo regresar y de donde salí hace un año. Fue con su madre a visitar a mi familia, a sus abuelos, a mis padres, a quienes no sé cuándo puedo volverlos a ver. Fue, además, a caminar por las calles de mi país, de su país, cuyo gobierno me sigue denigrando en sus medios. Aunque estaba lleno de rabia, le dije que disfrutarle el viaje, que a diferencia de mi abuela, saque el odio de mi cuerpo y le pedí que disfrutara.
Hoy vivo en Barcelona. En la sala en mi casa hay montones de fotos de Cuba y de una bandera cubana. Quiero que mi hijo sea cubano, aunque no crezca allí y que se sienta cubano. No voy a permitir que, como a mí, le arrebaten la familia y mi país.
Muchas gracias.
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Full Remarks: English Translation
In the middle of last year, I was walking through Copenhagen when I received a message from my family: My paternal grandmother had died in Cuba. In the hours that followed, she would be cremated, her ashes would be placed on the Havana seawall, and my family wanted me, from a distance, to be there. I was in Copenhagen because I would be giving a talk on freedom of expression in Cuba.
The next day, at the time my family was walking over the reefs of the Malecon, I was walking through a canal full of vintage boats, colorful houses, and squadrons of foreigners. As my family spilled ashes into the sea on a blue-sky day in the Caribbean, I dropped a purple flower, my grandmother’s favorite color, which I plucked from a restaurant garden, into the dark, cold water of a gray day in Europe.
That is how I said goodbye to my grandmother, with whom I no longer had any relationship. On that day I was still 33 years old and I had left Cuba for the first time a few months earlier. The Cuban regime had pushed me into exile.
At a very young age, I had gone to live with my paternal grandparents. I grew up with them and not with my parents. The reason? At my grandparents’ house there were two television sets and I could enjoy the sports channel without conflict, something impossible in my house, where there were about 10 people living and where there was only one television.
My grandparents had two televisions because my paternal grandfather had fought in the underground movements before 1959. Then, when what they called “the revolution” came to power, my grandfather became one of Fidel Castro’s bodyguards. If you have seen the mythical image of Castro throwing himself out of a tank in the Bay of Pigs, you have seen my grandfather: He is the one at Castro’s side. Years later, he would also be the escort of Ernesto “Che” Guevara, who ended up being the best man at my grandparents’ wedding.
In the house where I grew up there is a photo of my grandparents’ wedding: In a corner, holding a plastic cup with mojito, is Che Guevara. In that same house, surrounded by photographs of Castro and Che, I wrote my first journalistic articles where I tried to begin to bring to light all the dark areas of my country that had been hidden for more than six decades. By that time, my grandfather had passed away.
In Cuba, by law, it is impossible to do journalism beyond the umbrella of the Communist Party. Because the Communist Party, beyond being the only political organization allowed in the country, is the only one that runs all the newspapers, all the magazines, all the radio stations and all the television channels. Therefore, the Cuban media does not do journalism, but does propaganda.
That is why, when in the magazine… When I first started with my group of friends to talk about the truth of the life of Cuba and of the system of health and of public education and the repression of the opposition, the regime accused us of violating the laws. And from then on they began to repress us. My daily life became one of house arrest, kidnappings, interrogations, jail, threats of imprisonment, interception of my private communications, constant surveillance, reprisals against my family and friends who were also taken to jail and expelled from their jobs. In addition, they imposed on me a sanction that implied that I could not leave the country, a kind of political prison on the island.
When all that started to happen, I was no longer living with my grandmother, who told me that all that was happening the cost of betraying the family. This caused the relationship to break down until it disappeared. The end of our relationship came one day when a policeman knocked on the door of my new house to give me a police summons without my having committed any crime. My son had been born a month earlier.
I went to the station because if I didn’t, I was breaking the law; I was not complying with a state order and could be committing a crime. At the station, some men dressed as civilians took me into a room, lowered the blinds, stripped me naked, handcuffed me, and then put me in a car. The car started and I didn’t know where it was going, they forced me to keep my head between my feet so that I could not see where we were going. On the way they made aggressive U-turns to make me dizzy and vomit. They laughed and asked me if I was okay in a mocking tone. It was the day I was most afraid for myself and the day I hated the regime the most.
There they stayed 15 hours with me. They threatened me about ending my life and jail and destroying my family. I, who had just become a father, feared for the first time for my son, who was only two months old. But, in addition, they recorded me without my knowledge. A few hours later they published my manipulated and edited image on the evening news. They said that I was a CIA agent and that I wanted to subvert the internal order of the country.
Like all of Cuba, my grandmother saw my image on the television set. It was the last time she saw me in person. From then on she neither answered my phone calls nor received me at her house. With a lot of anger and without so much pain at that moment, I accepted her arbitrary decision. Months later, when the regime forced me into exile, declaring that if I did not leave the country, I would go to jail, I could not even give her a farewell hug.
In Copenhagen, as I dropped the flower into the sea in tribute, I understood that the greatest damage the regime has done is to separate thousands of families for the simple reason of thinking differently.
A few weeks ago, my son returned to Cuba, where I cannot return, from where he left when he was one year old. He went with his mother to visit my family, my parents, his grandparents, whom I do not know when I will see again. He also went to walk the streets of the country where he was born, whose government continues to denigrate me in its media. Although I was full of rage and impotence for not being able to do it myself, unlike my grandmother, I pushed the hatred aside and asked him to enjoy himself.
Today I live in Barcelona. My living room is full of pictures of Cuba and a flag. I want my son to be and feel Cuban, even if he doesn’t grow up there. I will not allow them to take away from him, like they did to me, the family and the country.
Thank you so much.